lunes, 30 de mayo de 2011

La música y el cerebro

La música es poderosa. Cuando una persona escucha música todo su cerebro se ilumina.

De todas las artes, la música es la que es capaz de modificar la consciencia de manera más radical.

Según un estudio realizado en la Escuela de Medicina de Stanford la música es un gran alimento para nuestro cerebro, pues despierta áreas del cerebro que mejoran nuestra memoria, nuestro nivel de atención y la predicción de eventos. La música en nuestro cerebro se vuelve poderosa, no sólo a la hora de despertar estados de ánimo sino también muchas veces a la hora de ayudarnos a hacer tareas como trabajar o estudiar.

En el cerebro humano las conexiones neuronales se desarrollan rápidamente tras el nacimiento y prosiguen durante la infancia hasta que comienzan a depurarse, quedándonos sólo con lo “más usado”. Sería este el momento donde se marca la impronta que la música dejará en nuestras vidas, como nos ayudará y que tipo de estilo musical nos gustará más y menos.

Tanto la música como el lenguaje están presentes en todas las sociedades humanas que hoy existen, y los arqueólogos afirman que ambas estuvieron también presentes en las sociedades prehistóricas.
Por tanto, o el lenguaje se deriva de la música, o ambos, lenguaje y música se desarrollaron en paralelo, o existió un precursor de ambos, una especie de ‘musilenguaje’.
En cada cultura la vivencia que produce la música es similar.

La música es un medio de comunicación como lo es el lenguaje.
Al igual que en el lenguaje, donde las distintas características están localizadas en diferentes partes del cerebro... con la música ocurre lo mismo, es decir, que, por ejemplo, la melodía y la localización de los tonos se localizan preferentemente en el hemisferio derecho.

Cantar implica tanto la música como el lenguaje, parece involucrar ambos hemisferios si hay palabras por medio, pero el canto sin palabras depende más del hemisferio derecho.

Sabemos que el sonido incide sobre nuestro oído estimulando células situadas en el oído interno, células que traducen la energía mecánica en energía eléctrica, es decir, potenciales de acción, el único lenguaje que el cerebro entiende.

Estos potenciales son todos iguales, provengan de la piel, de la retina del ojo o de las papilas gustativas de la lengua. Pero en el caso de los sonidos, los potenciales eléctricos, a través de vías específicas, llegan a la corteza cerebral auditiva primaria.

El cerebro clasifica los sonidos en bandas de frecuencia, en intensidades y duraciones, así como en graduaciones de frecuencia, intensidad y duración.

El musicólogo y filósofo Julius Portnoy ha encontrado que la música puede cambiar las tasas metabólicas, aumentar o disminuir la presión arterial, los niveles de energía y la digestión de manera positiva o negativa dependiendo del tipo de música.

La música puede aumentar la secreción de endorfinas por el cerebro y de esta manera producir placer así como relajación.

Sabemos que una determinada música puede calmarnos y otra puede tener el efecto contrario. Se ha utilizado en el pasado en la terapia de la epilepsia, en la enfermedad de Parkinson, para disminuir la presión arterial, en el tratamiento de niños afectados por el trastorno de hiperactividad con déficit de atención, en la depresión, en el tratamiento del estrés y en el insomnio.

Desde hace años se sabe que los sonidos que producen la voz humana o ciertos instrumentos no sólo recrean el oído y conmueven la sensibilidad de quien los escucha, sino que mejoran su salud sicológica y emocional, un efecto que aprovecha con fines curativos en la denominada musicoterapia.


El cerebro del músico

Los músicos y personas sin experiencia musical procesan la música de una forma muy distinta a nivel cerebral.
Los cambios en la anatomía cerebral y las conexiones entre las neuronas relacionadas con la música, muestran que las zonas que se activan en los intérpretes y su localización son distintas respecto de las personas comunes. El número de zonas que se activan y su localización son muy diferentes entre estas dos grupos.

En el cerebro de los músicos, la zona cuya función es registrar y diferenciar los estímulos acústicos, es 25% más grande que las personas que jamás han tocado un instrumento, y que una región cerebral relacionada con la agilidad digital se desarrolla más en los violinistas.

Una investigación divulgada por la Academia Estadounidense de Neurología muestra que el cerebro de los músicos tienen más "materia gris" -o células cerebrales- en ciertas regiones clave.

Si bien no se tiene la certeza de que estas diferencias hayan resultado de la música, sí existen grandes posibilidades de que el cerebro de los músicos se ha transformado a lo largo de los años.

Es una explicación alternativa, podría ser que los músicos nacieron con estas diferencias, lo cual puede determinar su inclinación hacia la música

Otra investigación sobre la relación entre la música y el cerebro ha podido establecer que los niños que tocan un instrumento una media de dos horas y media a la semana desarrollan un 25% más el cuerpo calloso. El Cuerpo Calloso, es la zona que conecta los dos hemisferios cerebrales y que ayuda a la coordinación de ambas manos.

No quisiera terminar sin mencionar uno de nuestros misterios más grandes: la inspiración.

¿Qué han dicho los compositores famosos sobre esa misteriosa inspiración que les llevaba a plasmar en el papel su música? Pues en términos generales, que la música fluía de sus cabezas sin ningún problema. Richard Wagner lo comparaba como el fluir de la leche en una vaca, Saint-Saëns con un árbol de manzanas produciendo sus frutos y Mozart, tan soez como siempre, con una cerda orinando.

Precisamente Mozart hablaba de que sus ideas musicales se le presentaban cuando estaba solo, cuando iba de una ciudad a otra en su carruaje o cuando no podía dormir por las noches. Su barbero se quejaba que tenía que andar siempre detrás de él para afeitarle porque se levantaba de pronto para ir al escritorio a escribir la música. Tanto él como Robert Schumann oían la música, al parecer, completa en su cabeza antes de pasarla al papel.

A veces, la inspiración era sentida como una experiencia religiosa. Un criado encontró un día a Händel llorando a lágrima viva cuando en un maratón de 24 días escribió su “Mesías”. Y expresaba esta experiencia diciendo: “Veía el cielo abierto ante mí y al propio Dios Padre”. O Johannes Brahms que lo expresaba así: “Me sentía en consonancia con la eternidad, no hay nada más apasionante”.

Muchos compositores sufrían de lo que hoy podíamos llamar períodos mánicos o mánico-depresivos. Curiosamente, este tipo de enfermos muestran a veces altos valores de creatividad. Se supone que aproximadamente un tercio de todos los escritores y artistas, así como la mitad de los poetas, tuvieron síntomas mánico-depresivos. Los psicólogos sospechan que a este grupo pertenecen compositores como Berlioz, Bruckner, Gesualdo, Glinka, Händel, di Lasso, Mahler, Mussorgsky, Rachmaninoff, Rossini, Schumann, Tchaikowsky, etc.

Todos estos hechos no hacen más que corroborar la opinión de que nuestro cerebro emocional es mucho más importante no sólo para nuestra propia supervivencia sino también para estas funciones inconscientes de la creatividad,. Ahora sabemos lo que deberíamos haber intuido hace tiempo: que las emociones son la base incluso de nuestro pensamiento racional.

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